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COMIENZA la rutina de los lunes colgada de estrechos pasos. La orografía de mi casa no es compleja. Mascarilla en ristre sin impedir que las palabras fluyan. Llueve en el norte. Aquí, la luz de acuarela busca refugio en los rincones del salón. 

El silencio mantiene el señorío antes de la brega. Un gato se acurruca en el regazo. Todo parece anclarse en la calma con sabor a canela y a café. Los gatos se disputan la caricia. Estos gato-perros me siguen donde voy, como si el amor fuera un trozo de pescado. 

Todo está en el sosiego de las nueve. Suena O mar de Madredeus y la voz de la Salgueiro me traslada a otros lugares de mares  infinitos. Los libros del despacho reclaman su lectura. Me tiene atrapado ese Cantar la vida de Pepe Iniesta, el niño interior,  protagonista, que tiembla en las páginas del libro. Cuánta belleza endecasílaba, cuánta apocatástasis, revelando la verdad  desnuda del poeta.

Cosas pequeñas, rutinas, que vigilan la mirada y el sueño de las manos al preparar el desayuno. Cuidar los detalles, como si fueran los últimos. Gema, mi mujer, se merece esto y más. Sus desvelos generosos permanecen en el cajón del siempre estar por los demás. 

Este lunes de afanes por venir. Llueve en el norte. Aquí, todo está despertando, como un concierto de sonidos diminutos. Rodrigo Leão despliega las notas de un paisaje lleno de verdad, As ilhas dos Açores. Un rumor de luces y sonidos desbordan la bondad del instante. Todo está en calma. 

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