El poemario traza, a modo de relato y en versos blancos, las andanzas de un peregrino por una ciudad. Esta no es una realidad física sino espiritual. Este el meta-relato para hablar del alma que busca el centro de sí mismo del ser, la realidad innominada del misterio. La referencia inspiradora es la ciudad de Badajoz.
La estructura interna de la obra se enraíza en los cuatro elementos: agua, aire, fuego y tierra. Son estos elementos los que llevan al poeta a mirar con ojos de amante herido por los rincones de una ciudad donde-paradójicamente- vive y se siente morir. Es el lugar donde el ser, al mismo tiempo que se apaga, renace. En definitiva, el libro trata de los sentimientos encontrados en la aventura de la búsqueda interior, del fuego como de lo auténtico. Será esta búsqueda la que provoca esos quiebros, esos saltos propios de quien se resiste a la monotonía del siempre lo mismo.
Es muy importante el simbolismo de la luz, porque este nos acerca a la visión mística del recorrido. En este singular viaje ayuda que el tratamiento del paisaje sea de tonos claros y sin estridencias así como la insistencia en lo desierto, despoblado y sin vida que le dan un tono social a la búsqueda.
El poemario, viene a ser también una protesta, una denuncia ante situaciones conflictivas vividas en este o parecido espacio. Por otro lado, es notorio el predominio de lo contemplativo en un ámbito donde el color predominante es el azul.
Hay que resaltar que a lo largo de todo el poemario existe una ausencia de la primera persona, un escamoteo del yo literario, siendo la tercera persona la que permite que el protagonismo lo tome lo observado.
Quiebros del laberinto tiene una indirecta intencionalidad y es la de ayudar a que cada uno encuentre esa ciudad interior que está por descubrir…
Editorial Nuevas Letras. Badajoz.