Mi referencia a la mañana, a ese momento en que todo comienza a cobrar vida, lo reflejo en algunos poemas que aparecen en diferentes libros, desde hace siete años (2013-20):
En Notas para no esconder la luz, la mañana está impregnada de dolor:
«ME duele la mañana,
la caricia del sol
en el brote de la carne,
en el trueque del agua
ebria de tormentas.
Duele tu mirada al descubrir,
en el abismo de mi rostro,
las marcas irredentas del tiempo.
Me duele la luz que desvela mis errores
la cobardía de no querer volar,
el egoísmo que me separa de lo distinto.
Duele la palabra que busca un verso,
un poema, un color, para descifrar
la imperfecta materia de mi ser. «
[Notas para no esconder la luz. pág. 29
Ed. Olélibros, Valencia 2020]
En Rehacer el alba, la mañana aparece como un espacio existencial, más allá de las tinieblas:
…
«La mañana me da una tregua, me entrego
a sus horas, dejo que pase este sentimiento
del vacío. Los espejos evitan la mirada.
El abrazo del ángel frena la búsqueda
de otro cielo.»
…
En Un concierto de sonidos diminutos, la mañana se describe como un sonido más entre los muchos que, imperceptiblemente, nos rodean.
«Las mañanas de verano, escenario donde los gestos se multiplican en el juego que hace saltar los cerrojos del deseo. Gestos, sonidos que solo se perciben en la geografía de la carne. Las mañanas, esas mañanas tranquilas de agosto, se pegan al cuerpo como una segunda piel. La mirada, cómplice del susurro y del bullicio, desaparece en el ritual de eros. Las mañanas, estas mañanas de calor temprano, se hacen eternas. Y el solemne suspiro de los cuerpos se reconoce, entre sonidos diminutos que siguen misteriosas melodías.»
[Un concierto de sonidos diminutos. Ed. Herákleion. Badajoz. 2013]