A Alonso de Molina.
Con fragmentos nocturnos
me envuelve el silencio
en este laberinto callejero.
Enfrenté la oscuridad, sin miedos.
Delante de mí, el ángel guardián
tomó las riendas del aire.
Un olor a mar salpica el camino.
No hay sobresaltos. Me entrego a la ciega
embestida de las sombras. La soledad
se apodera de mi alma. Nada que hacer
en este inmisericorde tránsito.
Huele a mar y a desierto.
El cóncavo amanecer
repta por las paredes.
Solo me queda la mañana
y el silencio.
Enfrente, descubro la herida y el mar.
Alonso De Molina, respondió con un soneto:
Soy el Ángel Guardián de los pecados.
A Tino Lobato
Es verdad lo que cuentas mi buen Tino,
soy el Ángel Guardián de los pecados
si al regresar a casa, extraviado,
te topas con dos ojos clandestinos.
Que te acechan, mirando peregrinos,
cuando apenas si aún hemos llegado
de esas horas del verso enamorado
que tropieza en bodegas y caminos.
Justo ahora estaba yo pensando
en regresar de nuevo a los portales
donde el mar te aconseja con señales
que los miedos se vencen tripulando,
abordando las olas sin más credo
que el que hablan las musas, no los miedos.