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Después de muchos años, en 2008, volví a visitar París.

Vidas rotas, con sabor africano,
invadían Trocaderos
con reproducciones de la Tour Effiel.

Un enjambre de bocas asaltaba
el entusiasmo
donde más te dolía.

Cuántas lenguas
alborotando la noche
hasta romper la magia parisina.

La huella de África en sus ojos,
aburridos de ofrecer siempre lo mismo.
Y en tus manos, el cansancio de mirar
lo distinto.

Escultura de ilusiones,
perdidas en el naufragio de Paris,
deshacen el asfalto de Trocaderos.

La musa saltaba entre los rostros
que apretaban el paisaje, África sonreía
remedando lenguajes.

La ciudad respiraba
el agridulce desespero de un abrazo
tendido entre tu placer y la pobreza.

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