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A la gente buena que sabe que estamos de paso                 y lucha por los desheredados



Cuando la vida se ahoga en el mar de Alboran y los sueños se hunden en los límites fronterizos de las islas del Egeo, SE NOS OLVIDA que hace mucho tiempo fuimos a dividir sus casas, a robar sus tierras, a enseñarles otra  lengua para pedir ayuda y negociar egoísmos. Cuando la vida no vale más que el interés de una mafia de patera y el color marca la distancia con el corazón de los hartos y le negamos el pan que por justicia les pertenece, SE NOS OLVIDA que explotamos sus tierras, que separamos lo mejor de cada casa para trabajar en las plantaciones de tierras extrañas.

Cuánta desmemoria que nos hace decir que nos invaden cuando fuimos nosotros quienes les invadimos; cuánta desmemoria al comentar, sin pudor, que ocupan nuestros hogares, cuando antes fuimos a robarles a sus hijos y ponerlos en barcos de negreros camino a las tierras de América; cuánta desmemoria al expresar, sin saber bien lo que decimos, que vienen a cobrar nuestras pensiones,  cuando antes les robamos todo lo que pudimos dejándolos a su puta suerte.

Cuando la vida de África, esas tierras sin frío que los griegos llamaban, permanecía tranquila entre sus mandiocas  y maizales, en medio de bananos y cocoteros, SE NOS OLVIDA que los europeos llegamos allí al reclamo de fácil riqueza, del oro, y del petróleo, del cobre y los diamantes. Sí,  OLVIDAMOS que fuimos nosotros quienes, como crueles dioses, cuartearon a escuadra sus tierras, dejando en sus paraísos guardianes a sueldo que  imprimieron castigos.

Cuánta desmemoria en Europa, cuánto egoísmo del hombre convertido en alimaña para los otros, cuánta miseria en el alma que olvida fácilmente lo que siempre hemos sido unos extranjeros en tierra de nadie, unos privilegiados a costa de otros. OLVIDAMOS y no hay bondad que arregle nuestros olvidos, ni justicia que nos recuerde que somos lo que otros han querido que seamos.

Cuando la miseria de los desheredados de África, la vemos deambular cargados de baratijas por las playas de nuestro descanso o vender, de forma furtiva en rotas mantas de algodón, en nuestras plaza de paseo, SE NOS OLVIDA que fuimos nosotros quienes vaciamos sus despensas para llenar las nuestras, separamos a sus familias con el prurito infame del negocio y les encargamos hacia dónde mirar y dónde no vivir.

No hay política ni religión capaz de llenar las plazas protestando por las guerras que provocamos los europeos con nuestra venta de armamento, con nuestros sucios trapiches consintiendo que los poderosos sigan saltándose la ley. Nadie, con poder, permitirá que nos duela el dolor de África y por el contrario llenará nuestros estadios deportivos de corredores, rápidos como gacelas, solo ahí dejamos que el color sea un distintivo agradecido.

Maldito el hombre que reniega del hombre, maldita la tierra que niega el asilo a los desheredados, maldito seamos en nuestras infamias, prostituyendo nuestra forma solidaria de actuar. Maldito seamos cuando desde nuestra mesa puesta olvidamos al que no la tiene. Malditos, que como raza de Caín, seguimos mirando al cielo provocando el infierno aquí.

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