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Nunca, como ahora, sentí este dulce trueque del agua,
ebrio de tormentas, en el oscuro espejo de los juncos.
Nunca sentí el vértigo de las miradas que me afirman
y nombran en el caudal de otras orillas.


Nunca tuve tan cerca los muros de esta casa
de mi cuerpo, la caricia del viento resbalando
por la frontera de mi espalda. Nunca, como ahora,
me fue tan tierna el agua.


Nunca sentí mi piel tan llena de remansos
en la búsqueda de un punto en el horizonte.
Nunca, como ahora, noté tan cálida esta magia
de los dedos que fluye, mansamente, en la corriente
de las horas.

[El nombre secreto del agua. Vitruvio, 2016. pág. 18 ]

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