Veo las paredes rotas de la cocina,
heridas por el martillo de Ovidio.
Y en medio de los ripios,
de ladrillos y baldosas,
siento como escapan
de la demolición
la memoria de los abrazos,
las risas y los silencios.
Ese incendio «de besos y sombra amante»
al que Miguel cantó .
¿Cómo olvidar el cariño contenido en los rincones?
Con el polvo y los ruidos
flota el olor de las sorpresas
que adornaron los postres,
el aderezo de las miradas
y la primavera de algunos sabores.
Por encima de la destrucción
permanece lo vivido. El amor
se resiste al contenedor de la calle
donde Juan vuelca y amontona
el ripiado amorfo, sin nombre.
¿Cómo desahuciar, sin más, las historias vividas?
La reforma de este espacio, ahora sin ventanas
que miran al amanecer,
me empuja a la mágica aventura
de lo nuevo.
Y en el rehacer de las paredes
un poco de alma llevará cada esquina
pero no mi corazón
que, como el Hiranyaka de Gelmán,
he levantado
en los que quiero y me habitan,
escapando así del dominio de la muerte.
¿Cómo acoger sin temor el susurro de los días por venir?