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Mirar las nubes con la actitud infante
que busca  extrañas figuras
de batallas y dragones,
y descender a la simplicidad de este juego 
que mantienen las nubes
movidas por la brisa de este otoño
que aborta lluvias y frío.

Tal vez sea necesario
contemplar el cielo
con el gesto inocente del niño
dejando que la sorpresa calme
la gravedad de la razón.

Mirar las nubes y dejar
que la imaginación esboce palabras,
versos, rostros amantes,  espacios queridos,
y abrazar la gratuidad  de la mirada,
guardando el dolor de la distancia
en el fondo del ser.

Tal vez sea esto la mejor forma
de acoger la fragilidad y sentir lo humano,
el solemne ritual
que acorta distancias
y acepta la finitud.

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