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Los días previos a la celebración de la Nochebuena han sido grises, como el tiempo atmosférico. No es agradable saber que personas cercanas a ti han dado positivo y que, por motivo de haber estado en estrecha relación con alguna de ellas, tienes que pasar a hacerte una PCR. Todo comenzó a complicarse y enrarecerse dando la sensación que la tristeza se había vuelto protagonista absoluta del ambiente.

Hoy, día de Navidad hemos comenzado, de buena mañana, abriendo los regalos que Papá Noel ha dejado para Rodrigo. La alegría y el entusiasmo desbordantes han marcado las horas. Esto ha sido una de las mejores batallas a la realidad pandémica de Covid que nos aflige y abunda por todos lados.

Al mediodía, el almuerzo y la sobremesa han estado cargadas, gracias a la vida, de anécdotas simpáticas. Después hemos tenido tiempo de ir al punto limpio a dejar el cartón de los envoltorios de regalos. Ahí, ya la calle, me ha vuelto la manía de mirar a las nubes a través de las ramas desnudas de las plataneras.

Llevo muchos años, casi cinco, que la mirada se vuelve búsqueda inquieta entre las nubes. No sé por qué empezó, ya ni me importa, lo único que sé es que me divierte descubrir las formas extraordinarias que adquieren la textura de los cúmulos.

Vueltos a casa, la sobremesa ha sido corta porque la siesta se ha impuesto por encima de cualquier otra actividad.

La tarde ha estado llena de llamadas y de comentarios sobre noticias atrasadas, algunas de ellas tristes. Todo esto ha terminado por completar un día de Navidad lluvioso y gris. Sin embargo y por encima de la situación ambiental, tengo la certeza que lo más importante es que somos felices, incluso aburriéndonos en familia.

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