Faustino nos ha hecho llegar un poemario
escrito con esmero, muy pensado y con reminiscencias frecuentes a su formación como filósofo y teólogo, así, hace referencia en varias ocasiones al paraíso, le creación del mundo o la oración, pero alejado totalmente de lo religioso.

       Faustino es un autor con una trayectoria  humana y poética muy espiritual, aunque este poemario creo que es el menos espiritual de todos los que ha escrito. Una espiritualidad bien conjugada con su realidad terrenal, de la que hoy nos hemos hecho cargo y hemos desgranado en este poemario tremendamente humano donde se coligan perfecta y poéticamente a tres bandas, la luz, su hijo y el ser amado, como un todo que le salva y le anima a seguir en el camino que ha elegido.

       Faustino comienza este poemario con una cita de su amigo y poeta José Iniesta

               «Ya somos en la cumbre lo profundo
y aquí todo caer se me hace vuelo
girando sobre el eje de la luz
olvido de mí mismo en la ignorancia
«.

que es toda una declaración de intenciones sobre la lectura que Faustino nos ofrece después: poemas donde la luz está presente a lo largo de todo el poemario, donde nos muestra como en un vídeo, lo que al poeta va aconteciendo a lo largo de un día entero. Desde la luz del alba de un nuevo día, hasta la noche, donde la luz va desapareciendo, pasando antes por las distintas fases donde en el día, la luz recorre el camino hasta alzarse en su cénit y luego descender de intensidad hasta su oriosco y desaparición total.

       La luz es el hilo conductor del libro.

       Inicia Faustino esta obra abriendo ante el lector la puerta del amanecer, cuando la luz, «toma su nombre». Divide pues su esctructura en tres partes:

  • TRAZA PRESENCIAS (mañana)
  • DELIMITANDO SOMBRAS (mediodía)
  • ROMPIENDO APARIENCIAS (atardecer)

Comienza con una cita de Carlos Marzal :

               «De tanto ver la luz hemos perdido
la recta proporción de ese milagro,
que otorga a la materia su volumen
«.

       Como todo lo que se hace costumbre, dejamos de valorarlo, pero Faustino no olvida lo que la luz proporciona y por ella nombra a la primera parte de su poemario,

TRAZA PRESENCIAS (Mañana) refiriéndose concretamente a la mañana del día, que comienza con un poema al que aludiendo al título, nombra como

       [Primeras notas al margen] y cada  verso (o nota) de este poema, da lugar posteriormente a otro poema relacionado con el. Esta misma estructura se continúa en la segunda y tercera parte del poemario.

       Desde el principio el poeta invoca a la luz:

               «Te llamo en lo auténtico (..)
te llamo luz en este balbuceo del poema
que se vuelve silencio
» por que
«la luz sana las heridas«.

Y para el poeta, la luz también es Inspiración de amor, pues despierta y…

               «Amanece entre apatías e incertidumbres (…) y
«frente a la claridad, resucito el anhelo de tenerte…«

y asume que la luz le proporciona calma y le protege frente a los desalientos, frente a ese    «siempre morir»    que confiesa en el poema,

               «arropándome con la piel suave
de esta luz recién amanecida
«.

       El poeta alterna continuamente la luz física con la luz interior, la luz espiritual, reconociendo que la luz en él le hace rehacer su existencia. Así en estos versos, que le hacen frente al vacío:

       «la luz determina la ciudad donde respiro» (..)
la luz rompe la guadaña de los sueños» (…)
«la luz rehace mi existencia
«

       Transitan sus poemas entre el yo y el tú  al que muchas veces se dirige, un tú indefinido, sin saber si es la luz o el ser amado, con una sensualidad manifiesta, muy concreta, que luego veremos en la tercera parte del poemario.

       La luz que en un principio le causa sufrimiento ante lo pequeño del ser,  luego de trasegar entre sus pensamientos, se reconcilia con ella, ya es esa luz que siembra color y describe impresiones y derrama sobre el poeta la esperanza en sus anhelos y barre su tristeza.

       A partir de este momento, el poeta toma una nueva perspectiva de sí mismo y el entorno de su vida y avanzan con él, el día y el poemario.

DELIMITANDO SOMBRAS (mediodía).- En este punto de pesada luz, la luz ahora es agravio sobre el poeta y en el exterior, donde se han estrechado las sombras, se acortan y reptan por el silencio de los espacios.

       «Arrastran dolores» según el poeta.

Dentro se han hecho las sombras, tiempo de la casa a oscuras. Así, escribe el poeta:

       «no es tiempo de llamadas
tiempo de contraluz
y persianas caídas» 

       Siendo protagonista el silencio
en este incierto adverbio del momento» 

       En esta intensa luz, el poeta siente los daños del alma, y se siente mejor abrazando al sueño que llega en este:

       «Mediodía de espera, incertidumbre«

Todo ahora está en suspenso, el poeta y su obra.

ROMPIENDO APARIENCIAS (Atardecer).- Tras el paso de las horas  en palabras del propio Faustino, la luz ya es una realidad interior que el poeta transforma en poema, poema que rompe las apariencias del atardecer.

                      Y así vuelve «la certidumbre (…)
se convierte en voz del alma (…)
que devuelve las sombras a la noche«.

El poeta abraza el color naranja de la tarde, así estos versos:

       «Abrazo el naranja de la tarde, esa luz de frontera que enamora y deja que el silencio tome la partida de todas las palabras (…) A mis espaldas, toda la emoción del día que termina, las preguntas, los gestos inacabados«.

El poeta ya con las sombras reinando en su mundo diario, con la sonrisa de su hijo y ese latir del río que arrastra en el barro pinceladas de luz, se acerca a la noche mientras el sueño le va venciendo… y escribe:

               «la endeble luz
trae la brisa del misterio,
voces que despiertan el apetito
de horizontes inmenso

que a lo largo del poemario se representan por momentos importantes que surgen del silencio, como si nada.

En este estadio del día ya anochece y la luz se transforma en cuerpo de la amada que le reclama y el deseo surge, desafiando a la muerte:

               «Luz
el grito de tus muslos que arde (…)
luz, tu virgen ofrenda (…)
despierta el sexo
en cada temblor de la piel
y perdona en tu gozo,
el acecho de la muerte
«.

El tú al que se dirige el poeta durante todo el transcurrir del día, descubrimos aquí y ahora, casi al final del día, en plena noche, que es la persona amada y ha estado desde el principio.

El poeta se recompone y siente que  la luz está en él, ya «no tiene miedo» aunque el día haya amanecido lluvioso y envuelto  en «el milagro de la luz», porque la luz, incluso en la noche, se encuentra en todas partes.

Faustino camina de nuevo entre los versos, que se suceden agradables, emanando la esencia de la luz, sanando ya las heridas del día.

La luz, condescendiente con las sombras, lo mantienen en su creación poética casi diaria, diría yo, apagando el hastío de los días, ya liberados del vacío.

Carmen Salas
Biblioteca de Andalucía. Aula 1.
Granada. 25 del 02 del 2020

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