Hace unos días me llegó el último libro de Fernando Carrillo Cordero, editado por edictoralia poesia. Me lo enviaba él mismo con una entrañable dedicatoria que le agradecí. Comencé a leerlo y me enganché a su literatura, a su magnífica prosa poética . El regalo venía porque nuestro autor, en las citas iniciales de la obra, había colocado algunos versos de mi autoría en Notas para no esconder la luz. Un honor que Fernando me haya puesto entre autores extremeños de renombre, todos por mi admirados.

TÍTULO
Me llamó la atención el título: interminable elipse/ geografía de una memoria. Primero, porque estaba escrito empleando las minúsculas y evitando los puntos o las comas; y segundo, porque las palabras centrales, elipse y geografía hacían referencia a elementos físicos y sociales. Y así, intentando averiguar las claves del título comencé leyendo el contenido de la obra., cada vez con mayor aprecio y gusto.
CONTENIDO
El libro se abre con una dedicatoria a sus hijos a quienes regala los caminos transitados y la memoria, supuestos materiales con los que Fernando Carrillo ha levantado esta arquitectura literaria. El prólogo de Manuel del Álamo lo salté para terminar leyéndolo al final de mi recorrido personal por esta geografía de la memoria que nuestro autor me mostraba..
Veinte relatos, a modo de bitácora, trazan el contenido de la obra. En ellos se va desarrollando, secuencialmente, un viaje que, como la elipse, marca todos los puntos de un plano, no ya geométrico, sino emocional. La obra comienza con la ida y termina con el regreso y así, capítulo a capítulo, se va marcando en ella la geografía interior como un reflejo de las sensaciones que Fernando tiene en el afuera. Perdido-dice- en una interminable elipse de idas y regresos, conduzco con el mar a mis espaldas. Maravillosa manera de decir que el viaje físico se hace de oriente a occidente, del cálido sentido de lo mediterraneo a la acogida intima del “terruño” primigenio, la Finisterre extremeña, un espacio que se entronca con Portugal en el Tajo/ o Tejo internacional.
El camino que se relata es el aprendido, y por tanto se hace con los peligros que conforman la confianza de lo que ya se sabe, eso sí eludiendo “el monstruo devorador de sueños». El escrito inicial describe las tierras medias de Extremadura, la Siberia, territorios planos de “desbordados horizontes”. Y en este tono de bitácora ejemplar se desarrolla el camino recto por donde se viene y se va de los litorales mediterráneos, “una carretera infinita de distancias confrontadas en un horizonte de espejos”.
Desde el primer capítulo, Fernando muestra en su libro que importa fijarse en los detalles y leerlos entre líneas donde se dice más de lo que en realidad se escribe. Fernando Carrillo es de esos autores que trazan un dibujo de lo íntimo que sólo la intuición, más allá de la razón, puede entender. Empleando sus expresiones este viaje es como un entrar en el corazón del Miravete, paso obligado en el viaje físico, y dejar otros caminos, lo obsoleto, “la arteria seca por la que solo circula la nostalgia”.
En toda la obra, como un Pizarro, Fernando se transforma en un buscador de horizontes afrontando los ya conocidos y aunque en esa “interminable elipse” de su viaje interior algún paisaje se le resiste, fiel a“la estela de lo que [fue]”, accede a él manteniendo los “rituales de encuentro”.
Los espacios, otra vez transitados y a pesar de los años, se vuelven un todo cotidiano, accesible a la mirada arrancando de ellos los gestos de otros días, ahora inmortales. Igual de inmortal que las pinturas de la capilla de un pueblo perdido que perduran en el tiempo. La propuesta de nuestro autor es mirar más allá del universo inmediato y provocar emociones.
Los lugares físicos de Extremadura, la patria de Fernando Carrillo, se convierten en algo más que en elementos de referencia, que lo son, sino en el metarrelato de un viaje íntimo, a modo de elipse interior. En el libro él nos lleva al encuentro de parajes mágicos, como el de los Barruecos, donde “las tímidas olas del lago baten el tiempo como un metrónomo de vida”. Espacios donde la muerte y la vida gravitan en paralelo, como en el “Mirador de la memoria”, en el valle del Jerte, donde la naturaleza “zarandea, muestra su poder, desvela nuestra fragilidad”.
A través de este oficio de escritor, Fernando hace nuestro los espacios que transita, los paisajes, permitiéndonos que lo cotidiano nos asombre, a modo de un tanka o un haiku. Su plasmación no es solo lírica sino también social lanzando al mundo lector la reivindicación de lo justo, en la mirada crítica del rector, Unamuno, haciendo notar cómo se miente ante una tierra, como la urdana, cuando a ésta, se la deja ahí en una foto fija o en una secuencia interesada a lo Buñuel. Crítica “social” también cuando subraya la realidad de los mochileros en la raia, raya, esos furtivos del silencio, que-dice- traen en su ropa el aroma del ládano, oculto el,sudor del miedo.
Como un maestro nuestro autor, en su obra, “amasa palabras con mimo” y más allá de una pòetica al uso nos va mostrando en sus páginas los caminos por donde los “recuerdos se abren paso”, como si fuera “una conversación sin prisas”. Recuerdos con texturas sensuales porque en algunos de su recuerdos escritos aparecen los olores del “pimentón ahumado” o el frío de las aguas al bañarse en el Lago (Jerte) , o el asombro en los ojos “de niño ante el verdor perenne de la tierra.” Sí, la sensualidad abunda en este libro donde el aroma del papel nuevo llega mezclándose con las palabras; o el de la leña quemada en las chimeneas de Hervás.
La obra de Fernando Carillo, interminable elipse/ geografía de una memoria, tiene como protagonista esa ficción lógica del tiempo, sin que por ello merme la memoria de lo vivido. Un recorrido existencial donde la contemplación (observación) y el silencio son los gestos esenciales de este niño/adulto al iniciar el viaje de ida y vuelta donde se “concit[a] a la reflexión, a la pausa en estos tiempos de inmediatez”.
Termina la primera parte del libro con las anáforas de un capítulo en que el autor se siente regresar “desde las fronteras de lo que se es” . Un magnífico recorrido identitario donde la libertad de la memoria le empuja a ser espectro ávido de paisajes, … el que camina entre las palabras, el eco de los gritos de júbilo, … .un puñado de letras esperando el encuentro,… interminable elipse.

A modo de segunda parte nuestro autor coloca unas NOTAS PARA EL VIAJE, muy recomendables para todos y no solo para viajeros despistados. Importa subrayar el cómo se inicia este reencuentro con la memoria, con los recuerdos de esa parte tan importante y mágica de su vida.
Le agradezco haber formado parte de la nómina de autores, citados en esta última parte y que según él le han ayudado a acortar distancias.