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Estás ahí, justo ahí, dibujando rostros
entre las nubes. Estás, cubierto
de amanecer. Tu mirar en mí
amanece.
Amanece. Con generosa lentitud
toda la ciudad se funde en el naranja
Esa ciudad que te vive
y donde te extraño.

La luz resbala por los tejados
hundiéndose
en el mágico claro-oscuro
del puerto.
En el puerto de esa ciudad,
en ti amanecida,
la brisa huele a sal.
Y en este olor de olas y de miradas

los espacios que te habitan marcan,
solemne misterio,
el icónico ritual que me transita.
Imágenes, que son miradas,
desde donde me ves y me embargas
con el color de tus palabras,
versos por hacer.

¡Dios!, cómo envidio
ese punto que te arropa,
ardido misterio,
cada mañana.

Estás en cada reflejo azul-naranja
del amanecer.
Y en la geografía de tu vivir
tiemblo
Tiemblo al pensarte
en el dolor ciego
de las ausencias.

Me consuela saber
que estás ahí,
desenmarañando
este y todos los amaneceres,

acortando
el silencio de la distancia.
Distancia aguda que señala
unas líneas de hormigón
con fondo violeta
y naranja.

Una melodía inacabada,
siempre comenzando,
en cada amanecer que me regalas.

Y la ausencia es menos ausencia
en esta vigilia
de tu mirada
y te siento.
Te siento en el estremecerse del agua
atrapada en el concierto singular del alba
que recrean ese trazo añil de la lejanía
donde te siento y me encuentras.
Te encuentro en ese cruce
del horizonte con la vertical
de mil estacas
que apuntan, vivas, a las nubes.

Violetas contra naranjas,
una lucha sin vencedores.
Y tú ahí,
soportando amaneceres.
Amanece en el suave reflejo de las nubes,
donde te fundes y me acercas a ti.
Contemplo la línea de horizonte.

Guardo silencio, y mantengo
el pulso de este tránsito
de amanecer donde apareces.
Apareces y me empujas
cada madrugada,
fuera de naufragios,
a despejar fronteras

más allá de los vacíos cotidianos.
Siento que estamos
porque estoy
donde tú estás.
Estas aquí y despacio,
muy despacio,
con esa lentitud que aborta el tiempo,
acojo el enigma de cada amanecer.

Me acerco de puntillas
al lugar de tus miradas.
Estás donde estoy, como Ulises
buscando Ítaca,

deshaciendo el espacio
de este mar sin sirenas y en calma.

Calmas mi ser con ese mirar tuyo
que rehace la extrañeza
de los ángulos del agua
y juega a ser nube en el reflejo
del alma.

Estoy y te siento en la magia de cada regalo,
del icono del amanecer.
Contigo y en ti,
amanezco.

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