LA CIUDAD en la obra «EN EL ÁNGULO INCIERTO DEL ESPACIO«. REFLEXIONES a propósito de un artículo de Alex Chico en la Revista de Literatura Quimera, N.º 461.
Dice Alex Chico que “una ciudad es antes que nada un estado de ánimo. Una forma de concebir el mundo a partir de unas pocas calles, como una metonimia en la que una porción minúscula de suelo nos hace entender un universo mucho más amplio.” Así es, la ciudad es ese espacio donde la voz del poeta traduce lo que ve y “adopta el papel de testigo más que de protagonista” (A.Ch). Y como testigo del espacio será su estado de ánimo el que provoca mundos imaginarios, la ficción pura. Esta reflexión me lleva al arranque del libro En el ángulo incierto del espacio donde me atrevo a afirmar aunque sea lapidario que “El espacio no se busca, está”(pág.20). Esta obra la fui construyendo, despacio, durante mis paseos por la ciudad. Por eso, tiene como meta-relato los rincones de Badajoz que no solo es la ciudad en la que vivo sino también la que me habita. Por supuesto, Badajoz dista mucho de la cosmopolita Barcelona a la que se refiere el artículo de Alex Chico.
Mirando la obra descubro que en los diferentes espacios de esta ciudad, pegada a Portugal, me transformé en ”testigo”, de las “voces inoportunas /que suenan huecas entre las rotondas atascadas/ y el sudor transeúnte”; voces que se ordenan por los muro de los edificios” (pág.21). Sí, fui y sigo viviendo como mártir más que como protagonista en esta ciudad que, como dice Alex, se resume en “una confederación de lugares” (A.Ch.) . Para mí, fueron puntos de inspiración las plazas con su olor a nublado, y rastro de luna (pág. 23.); las calles, espacios donde “la mañana presagia instantes inciertos”(pág. 25) y donde “bullen seres menudos, reclamando alimento” (pág.28); los tejados, conteniendo la mugre y el beso de la madrugada (pág. 27); las avenidas, soportando una barahúnda de voces: sierras mecánicas, chirridos de grúas, golpes de martillos hidráulicos ( pág. 31); los rincones de las aceras, por donde naufraga mi vida( pág.49); el río, que con su fluir musita una canción /con palabras que hablan de ti. (pág.37), que nombra a las musas
Según Chico “las ciudades son, a su manera, una fe de vida” y le doy la razón porque para mí fue así, al reorganizar el material poético de este libro. La ciudad marca lo que vivimos y por tanto esto me llevó a ver que son las emociones, más que cualquier otra realidad intelectual, las que se despertaban a través de los sonidos, los olores, los gestos y el silencio. Y fueron estos elementos sensuales los que terminaron por configurar los capítulos en los que este libro se estructura.
En la vertical de los sonidos, la calle se conforma en “el eco impertinente /de las ruedas en el asfalto/asfixia el canto de los pájaros/ y de los otros seres pequeños que nos rodean. /Implacable, /el sonido traza la elegía/que la ciudad escribe/ a golpe de heridas y de vergüenzas. / Me deshago en este dolor /que busca salir del abismo urbano «.(pág. 33).
Y no sólo los sonidos sino también los olores, subrayando el verbo transitivo del perfume. Son estos los que de forma profunda nos acercan a la identidad de los espacios”, permanecen en la memoria de nuestro ser. Y es desde este sentido del olfato desde donde vuelve a aparecer la calle, como un lugar con “nombre de prisas, /de miradas anónimas/ y del perfume impredecible del miedo/ frente a depredadores ambulantes” (pág. 47); y en los parques, el perfume a tierra mojada donde el testimonio del poeta lo traduce por un respirar “el barro en las raíces del poema” (pág.49).
Junto a los sonidos y los olores también anoté ese territorio de los gestos, que nos acerca al tacto. Es formidable y extraño a la vez cuando puedes tocar el espacio de los edificios, sobre todo aquellos que aparecen de forma grandilocuente y rompen el ritmo del paisaje. “Estás ahí, en la línea del horizonte, abrazándolo todo. // Nunca comprenderé la pomposidad /de alzar un rascacielos, como un monstruo/que vigila y quebranta el espacio,/dejándome pobre, en la sombra.” (pág. 67). Impresionante no solo ver sino también tocar los grafitis de los muros, esas pinturas urbanas que hacen de los lugares algo diferente. “Un grafiti revela otro lugar,/una voz inevitable/que no resiste la mirada/de un verso navegando en el vacío.”(pág. 81).
El final del libro se marca con la huella del silencio, ese que surge al mirar la ciudad. “Por qué no enmudecer ahora/ ante tanta belleza sin esperanza/ al mirar la ciudad: un desierto/ donde el silencio duele hasta la raíz” (pág. 101). La ciudad y sus formas me dejan sin palabras “en un jardín de luces y sombras. / Espacios ocres y verdes, blancos y azules. Sin palabras, ante el temblor del paisaje/ rehago el silencio.” (pág. 102).
La ciudad es esa “dicotomía sobre planos”, dice Chico: “cada emplazamiento nos conduce hacia la memoria o el olvido, hacia el amor o el odio, hacia la comprensión o la pura antipatía”. Por esto mismo, entre otros rincones, la calle de mi ciudad a veces “huele a derrota, a urgencias. Por qué conformarme con ser uno más / en el mapa de las sombras/de todos los vencidos.” (pág. 47). En esta línea reflexiva escribo en el libro que “los versos descansan/ en el ángulo incierto/ donde mi voluntad renuncia a ser” (pág. 83). Sí, en esta ciudad donde vivo las contradicciones de lo paradójico, las alegrías y los desencuentros, “voy tejiendo las palabras que se rompen hasta dejar que mi verso diga lo que el sentimiento desea y la razón no sabe» (pág. 113) o mejor, no alcanza a comprender.